Subrogacion

 

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Stolpersteine: personificación de las víctimas

El autor de la iniciativa fue el artista alemán Gunter Demnig. Las piezas se construyen manualmente, una a una,  para resaltar la personificación de las víctimas, ya que la matanza de todas las víctimas del nazismo era un proceso totalmente industrial.

Las piedras con la placa dorada se incrustan en el suelo, pero un poco por encima del nivel del mismo, para que el viandante «tropiece…mire…y recuerde a sus vecinos». Según Demnig y recordando al Talmud: «Una persona sólo es olvidada cuando se olvida su nombre«. Hay más de 45000 placas repartidas por toda Europa.

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«esa nieve soviética que salvó al mundo», Meena Kandasamy: Cuando te golpeo

Soldados alemanes hechos prisioneros en Stalingrado.

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Resistencia nazi desde el diario personal de un alemán

Friedrich y Pauline Kellner «My Opposition»

 

 

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¿Podemos crear nuevos sentidos?

 

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Neuroplasticidad y aprendizaje

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Los hombres están hechos de cenizas. Nosotras, de leche

1950-Girls on a beachLas mujeres, casi todas las mujeres, son hermosas de jóvenes. No escuches las habladurías de los envidiosos, Marie-Noelle. Sean cuales sean las proporciones de un rostro, al margen de que el cuerpo sea demasiado delgado o demasiado grueso, en cierto momento, toda mujer posee el poder de la belleza que nos ha sido otorgado como mujeres. A menudo, ese momento es muy breve. A veces, ni siquiera nos damos cuenta de que nos ha llegado. Y, sin embargo, quedan vestigios. Incluso en lo avanzado de mi edad hay todavía algunos. Mírate al espejo esta tarde si pasas delante de uno mientras esperas en la óptica de Annecy a que le pongan a papá el aparato para su sordera, observa tu cabello, que te lavaste anoche, observa cómo invita a ser acariciado. Contempla tus hombros cuando te estés lavando, y luego baja la mirada hasta donde se ensambla el pecho, contempla la parte entre los hombros y el pecho, que desciende como una ladera en los pastos: durante treinta años más todavía esta ladera atraerá lágrimas, dientes apretados por la pasión, niños calientes por la fiebre, cabezas dormidas, manos encallecidas. Esa belleza sin nombre. Mira con qué delicadeza cae tu estómago en el centro, hacia el ombligo, como una begonia blanca en flor. Puedes tocar su belleza. Nuestras caderas se mueven con una seguridad que no tiene ningún hombre; y, sin embargo, prometen paz nuestras caderas, como la lengua de una vaca para un ternero. Esto asusta a los hombres, esos hombres que nos tiran y nos llaman coños. ¿Sabes a qué se parecen nuestras piernas vistas desde atrás, Marie-Noelle? Son como azucenas justo antes de abrirse.

Te diré qué hombres merecen nuestro respeto. Los hombres que se entregan al trabajo para que los que están a su alrededor puedan comer. Los hombres que son generosos con todo lo que tienen. Y los hombres que pasan la vida buscando a Dios. El resto son pura mierda.

Los hombres no son hermosos. No hay nada que tenga que permanecer en ellos. No tienen que atraer nada por la paz que pueden ofrecer. Así que no son hermosos. A los hombres les ha sido dado otro poder. Queman. Despiden luz y calor. A veces convierten la noche en día. A menudo lo destruyen todo. Los hombres están hechos de cenizas. Nosotras, de leche.

John Berger. De sus fatigas. 2. Una vez en Europa

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¿Por qué los humanos gobiernan la tierra?

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Zygmunt Bauman, in memoriam

La eternidad ha sido uno de los pocos universales culturales genuinos. Para el espíritu equilibrado y lógicamente adiestrado, esto puede antojarse extraño, al menos a primera vista. En efecto, hasta para concebir la «duración eterna» se requiere mucha imaginación, mientras que su visualización desafía la capacidad de los sentidos humanos. La «eternidad» no puede deducirse en modo alguno del «interior» de la experiencia humana. No pued verse, tocarse, oírse, olerse ni saborearse. Y, sin embargo, en vano buscaríamos una población humana que no considerase evidente la eternidad. La conciencia de la eternidad (o, más bien, deberíamos decir la creencia en la eternidad) puede concebirse como uno de los rasgos difinitorios de la humnanidad.

La resolución de esa paradoja parece radicar en otro universal humano: el lenguaje. O, más bien, en otra paradoja, inextricablemente ligada a la posesión del lenguaje.

zygmunt-baumanDado que nosostros, los seres humanos, poseemos el lenguaje, no podemos por menos de ser conscientes de que todos los seres vivos son mortales y, por consiguiente, también cada uno de nosotros; nosotros moriremos (para ir más al grano: yo moriré), como les ocurrirá antes o después a todos los demás seres humanos que conocemos o de los que tenemos noticia, a todos aquellos hombres y mujeres con cuyas vidas se entrelaza la nuestra. Ahora bien, por la misma razón, ninguno de nosotros se halla atado a la inmediata realidad de la experiencia. El lenguaje puede informarnos de cómo son las cosas, más el lenguaje es también un cuchillo que nos corta a nosotros, los fabricantes, usuarios y productos de las palabras, librerándonos de las cosas tal como son, así como de la inmediatez de su presencia. Utilizando las palabras como hilos, podemos tejer lienzos que no representan ninguna «realidad» de la que nosotros (o, para el caso, cualquiera otros usuarios del lenguaje) hayamos tenido experiencia. La veracidad y la fiabilidad de semejantes lienzos «no figurativos» no difieren de manera significativa de las del resto. Y así, por gentileza de lenguaje, podemos «experimentar» por poderes un mundo del que nosotros, los dueños de dicho mundo, hemos sido eliminados: un mundo que no nos contiene, el mundo tal como puede ser cuando nosotros ya no estemos. Semejante mundo resulta aterrador; empequeñece y denigra todo cuanto hacemos o podemos hacer mientras seguimos formando parte de él. La negativa de admisión a dicho mundo, sin apelación posible, es el más doloroso de todos los rechazos humillantes y negadores de la dignidad; quizás incluso el arquetipo que transforma el rechazo, el voto en contra, la inclusión en la lista negra, el desaire, el destierro y el ostracismo, sus pálidas copias, en los actos de suprema crueldad que éstos suponen.

[…] En la invención de la eternidad radica, en efecto, la magia del lenguaje.

Vidas desperdiciadas

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Reliquias

En la temprana Edad Media, una de cada tres iglesias de Europa afirmaba poseer astillas de la Santa Cruz. O los clavos. O espinas de la corona de espinas. Existieron varias cabezas de Juan el Bautista, y al menos la misma cantidad de cadáveres de María Magdalena.

Para no hablar del prepucio de Cristo.

David Markson: La soledad del lector

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